“Yo fui la primer novia de blanco...”



Cuando en el año 2007 empezamos con ésta idea del rescate de la memoria viva, se comenzó, a modo de práctica de las alumnas de la carrera de Turismo, una búsqueda de testigos que pudieran aportar con sus vivencias personales, datos y anécdotas referidas al pasado local y que pudieran enriquecer la imagen de todos acerca de cómo fueron aquellos tiempos.
Todos los que nos involucramos en el proyecto, comenzamos a indagar y a buscar el paradero de la o las personas que pudieran ayudarnos, generalmente vecinos de mucha edad y que tuvieran la suficiente memoria y predisposición para permitirnos indagar en sus recuerdos.
Hoy, un año después de nuestros inicios, podemos decir que comienzan a ser muchas las personas que generosamente nos brindan su tiempo, pero por aquellos días surgía un nombre repetidamente, eran muchas las personas que nos aconsejaban hablar con la que según todos, era uno de los almacenes de memoria (si así se puede decir) más importante de Río Colorado, Doña Josefa Saizar de Finochiaro:

“...Mi papá vino de Maipú en el año 1904, cuando llegó, el primer almacén que conoció fue el de Joaquín Aznarez, que entonces tenía el almacén donde está el kiosco El Beco ahora, y era también el Banco de él, porque entonces no existían Bancos, ni médicos, no había nada...”
“...cuando había una mujer de parto había dos o tres mujeres que eran prácticas en eso y atendían...a mamá la atendieron así, porque no había más nada...”


No fue una sino varias las visitas que se le hicieron a Doña Josefa, quien además sabemos que ha colaborado en cuantas entrevistas se le han requerido. Y es que de su memoria brotaban incontables anécdotas, con una precisión de nombres y fechas que por momentos resultaba abrumadoramente envidiable.
Ella recordaba por ejemplo, imágenes de una de las familias que supo ser de las más acaudaladas de la zona, como fue el caso de los Duhau, dueños de grandes extensiones de tierra entre las cuales estaban los establecimientos del antiguo Viñedo, que luego pasara a manos de Nazar Anchorena:

“...Los Duhau cuando venían de Buenos Aires, acá tenían un auto, que fue el primero que yo conocí, en el año 1920 más o menos, y tenían un chofer...entonces cuando venían agarraban el auto y recorrían todos los campos que tenían...”
“...Domingo Zubieta que estaba encargado en la estancia El Caldén tenía teléfono con papá en la otra estancia vecina y que también era de los Duhau...entonces cuando llegaban los patrones agarraba el teléfono y le avisaba para que se prepare...”


A medida que nos relataba su vida, desfilaban instantáneamente los nombres de los vecinos más conocidos, y de los lugares de referencia histórica de un pueblo en gestación. Entre ellos surgió por ejemplo la tienda de Ramón Tuero, donde Josefa fue considerada prácticamente de la familia, y donde su esposo Mariano Finochiaro tuvo que acudir una tarde para solicitar permiso para empezar a visitarla.
Pero también nos contó de su propia participación en actividades comunales que aportaron al crecimiento del pueblo tal cual lo conocemos hoy:

“...En esa época en la Iglesia del Sagrado Corazón de Villa Mitre había una comisión, y hasta había socios, yo era la secretaria...en esa comisión surgió la idea para hacer otra Iglesia que hoy es la Iglesia Santa María, frente a la plaza...todos trabajábamos y pedíamos donaciones...es por eso que yo digo que para mí la Iglesia es algo mío...el día que se inauguró, toda esa cuadra cortaron el tránsito, era un mundo de gente...”
“...El primer cura que se quedó efectivo acá, y que vino a la Iglesia de Villa Mitre allá por el año 1935 más o menos, fue el padre Filapello...”


Aquí podríamos incluir unos comentarios sobre dicho padre. Lo que ocurre es que las personas de mayor edad recuerdan muy bien al padre Filapello, sobre todo es y será recordado por haber sido un hombre de un carácter un tanto fuerte, dicen quienes lo conocieron que hasta se podría decir que su carácter rondaba siempre las cercanías del mal humor.
Tranquilo Filapello (su nombre le hacía burla a su temperamento) era italiano, y había venido de una Europa envuelta en guerras y eso quizás explique su carácter y hasta su enojo por la poca concurrencia a las misas que por entonces ofrecía en el Sagrado Corazón de Villa Mitre.
Cuenta un memorioso que una vez intentaron convencerlo que modere la dureza de sus palabras, y ante la pregunta de por qué elegía siempre la misa para retar a los feligreses respondió: “má, si es el único momento en que los veo...”
En otra ocasión parece que la novia que iba a contraer matrimonio ese día, llevaba un escote lo suficientemente llamativo como para provocar los refunfuños del padre Filapello. Llegado el momento de la ceremonia el único que tardaba en aparecer era el cura por lo cual uno de los asistentes lo fue a buscar y le preguntó qué estaba esperando, y él respondió: “que la novia termine de vestirse...”
Pero anécdotas al margen volvamos a Josefa, ya que ella no sólo participó activamente en la comisión de dicha Iglesia, sino que además ostentaba orgullosa un privilegio que por estos años puede parecernos mínimo, pero es sin duda por lo menos curioso, y algo que resultaba inolvidable para ella:

“...En la Iglesia del Sagrado Corazón, yo lo he dicho siempre, la primer novia de blanco que se casó en esa Iglesia fui yo, porque antes, todas las de la zona que querían casarse por Iglesia tenían que ir a Bahía, y si no traían un padre de Don Bosco o uno de Santa Rosa, pero la costumbre era casarse de negro...yo me casé por Iglesia y fui la primer novia de blanco, tengo ese honor de decirlo...”

Gracias a Josefa conocimos muchos datos interesantes y curiosos, que hoy toman mucha más relevancia debido a que ella desde hace un tiempo ya no está entre nosotros.
Es por ello que el rescate de estas historias de vida nos debe resultar más apremiante.
Hoy sus anécdotas, su fuerte voz, sus fotografías y sus recuerdos están para siempre guardados y pueden servir de guía para conocer un poco más del pasado y la historia de Río Colorado.
A ella y a su familia, que sigue brindándonos ayuda para conocer un poquito más, les estamos muy agradecidos.

Fragmentos de sucesivas entrevistas realizadas por Rosa Palacios y Shirley Trancamilla durante el transcurso del año 2007, y en el marco del Proyecto de Rescate y Preservación del Patrimonio Local del Instituto de Nivel Superior de Río Colorado.

Nuestra historia en las escuelas de la Comarca


Una tarea que desde la Asociación creemos que es fundamental...nuestra presencia en las escuelas.
Con motivo de la conmemoración de un nuevo aniversario de nuestra localidad, fuimos invitados a participar en diferentes escuelas primarias de nuestro medio, aportando fotografías, anécdotas, y acercando a todos los alumnos a nuestra historia, la de todos, la que le ha dado sentido nuestra querida comunidad.
Estuvimos presentes en la escuelas N° 18,91,256 y 346.
A sus directivos, docentes, y sobre todo alumnos, muchas gracias!!!

Walter Yoffe. Un nombre con “luz propia”





Su presencia y sus obras quizás sean parte de aquellos aspectos que no hayan sido debidamente recordados, pero es innegable que su vida en la comunidad ha dejado una impronta más que visible.
Para conocer un poco más acerca de su historia debemos remontarnos muy atrás en el tiempo, y trascender incluso las barreras geográficas de nuestro país.
Nació un 9 de marzo de 1888, en Filadelfia, Estados Unidos, hijo de Juan Yoffe y Ana Batter.
El destino sin embargo, le propuso apenas nacido una muy dura prueba.
Según los relatos de Clara Bernaechea, su segunda esposa, el padre de Walter Yoffe, miembro de la Fuerza Aérea Norteamericana, falleció en un accidente de aviación un tiempo antes de que él naciera. Pero ahí no terminaron sus tempranas desventuras ya que su propia madre falleció también en el momento de dar a luz.
Walter quedó huérfano al nacer, pero de su padre le quedaría el cobro de una pensión, gracias a la cual pudo ser criado y educado en un colegio en donde realizaría los estudios elementales y aprendería sobre todo cursos de todo tipo relacionados con el trabajo técnico e industrial.
Las distintas y variantes instancias de su vida se pierden ante la ausencia de documentación, pero desde muy joven decide radicarse en la Argentina, y allá por 1905 se lo encuentra encargado de trabajar para una empresa que fabrica e instala molinos de viento.
Es así que con el tiempo surge la posibilidad de visitar por primera vez nuestra región. El itinerario podría describirse como “de Estados Unidos a Pichi Mahuida”.
Él mismo relataría muchas veces esa experiencia, y en su relato no ocultaba que se trató sin dudas de una gran aventura.
Prácticamente no hablaba ni una palabra aún en castellano, por lo cual lo enviaron acompañado de otro empleado que haría las veces de guía y traductor, y el cual sin embargo se vuelve a los pocos días, abrumado por la soledad absoluta del paraje.
Así Walter Yoffe queda con la tarea de lidiar con los molinos, el paisaje, y la gente del lugar que sin duda observaba con recelo a este “gringo” en Pichi Mahuida.
En sus relatos sobre aquellas épocas, siempre se encargaba de explicar que cuando llegó a la Argentina sólo contaba entre sus pertenencias con una valija de herramientas y una bicicleta, su máximo orgullo, y que había traído directamente de Estados Unidos.
La estadía y la adaptación sin duda no fueron fáciles en un medio absolutamente desconocido y sin las facilidades propias que otorga el conocimiento del idioma, pero él recordaba por muchos años el buen trato que le habían dispensado en aquel primer campo al que llegó.
Todo pusieron a su disposición, hasta una pieza especial para él en un lugar en el que no abundaban las comodidades ni los lujos.
Para cuando partió, había dejado colocados y en perfecto funcionamiento cinco molinos y la gratitud del dueño de aquel campo.
Al respecto, él contaba una anécdota muy especial. Tenía un gusto muy particular por los huevos fritos sobre todo en el desayuno, y ésta, al decir de él mismo, no era una comida muy acostumbrada en los campos de la zona.
En aquel primer establecimiento al cual llegó, le pidió a uno de los peones del lugar, y al que también le habían encargado que respondiera a cualquier solicitud de Yoffe, si podía esperarlo con un buen plato de huevos fritos para el almuerzo.
Mucho tiempo le llevó explicar su pedido a alguien que no entendía el inglés, y que al parecer tampoco entendía mucho de cocina.
Lo cierto es que nunca supo si fue por desconocimiento o por jugarle una broma al “gringo”, pero al mediodía él tenía sus huevos bien fritos...pero en aceite de motor.
Con el tiempo pudo ir adaptándose, su ventaja fue que tanto sabía instalar molinos como arreglar cualquier cosa que precisara de sus servicios gracias a los conocimientos que adquirió en la escuela, y así por ejemplo, a cambio de reparar una vieja vitrola que hacía años no dejaba sentir su música, un estanciero agradecido le obsequió un caballo.
Su trabajo lo fue llevando hacia otros destinos, de Pichi Mahuida salió con su bolso de herramientas y su bicicleta a ritmo de un sulky para los campos de la actual provincia de La Pampa en donde su habilidad y servicios le hicieron seguir ganado el sustento y nuevos amigos.
No más de cuatro años anduvo por los campos de la región colocando y arreglando molinos, hasta que tuvo la oportunidad de emprender un nuevo negocio.
No se le escapaba a su percepción la importancia que tenía en toda la zona la explotación de las ovejas y la gran producción de lana, por lo cual decidió invertir el dinero que llevaba ahorrado y comprar una máquina esquiladora.
Fue la tarea vinculada a las ovejas lo que lo lleva a instalarse ya definitivamente en nuestras tierras, un negocio por aquellos días muy sacrificado pero rentable, y que le permitió a su vez ahorrar dinero para acometer con una nueva empresa a la cual le dedicaría el resto de los años de su vida.
Ya por entonces contaba con dos máquinas esquiladoras, las cuales decide vender para instalar la primera usina para el suministro de energía eléctrica de Río Colorado, que inició sus servicios allá por el año 1922.
El galpón donde se instaló el primer motor, estaba ubicado en terrenos de la firma Cibanal Hnos. y Mendieta. Ese espacio le fue prestado hasta que pudo comprarlo, a cambio del suministro de energía gratuita y el mantenimiento para los motores de la carpintería que tenía Cibanal.
Según datos extraídos de un trabajo de Antonio Evangelista “el equipo de máquinas estaba compuesto por un motor de trilladora Rouston con calderas a vapor, utilizándose leña o carbón de piedra y accionaba un generador de corriente continua. El tendido de las líneas fue realizado sobre postes de pinotea de 0,10 x 0,10 mts. y 4,50 mts. de altura libre, con sus correspondientes crucetas para sostén de los cables. En 1925 se agregó un motor de un cilindro vertical de 30 HP”.
La primera en contar con el servicio de luz eléctrica fue precisamente la actual calle San Martín, desde siempre conocida como la “calle de la estación” y que contaba con la instalación de los negocios y edificios más importantes.
Con el tiempo, ya avanzadas las tareas del tendido de las líneas eléctricas y progresando el servicio, decide formar una sociedad con Ignacio y Eliseo Ibeas, la cual se plasma el 1 de febrero de 1929, denominándose Yoffe e Ibeas Hnos. y compran el terreno ubicado en la actualidad en la intersección de las calles República Española y Sarmiento, hoy propiedad de la Asociación de Bomberos Voluntarios. Allí construyen el edificio de la nueva usina y la casa de familia.
También se decidió dejar fuera de servicio el motor Rouston y se instala un motor de un cilindro horizontal Otto Deutz de 80 HP, con un volante llamativo por sus grandes dimensiones.
Hay que tener en cuenta que por estos años, y hasta que se logró con la Cooperativa Eléctrica la generación de corriente alterna, el servicio no duraba las 24 horas.
Al principio el servicio era interrumpido por las noches. Luego, cuando pasaron algunos años, la provisión de energía se iniciaba aproximadamente a las diez de la mañana hasta el mediodía, luego se ponían en marcha los motores a partir de las cuatro de la tarde y toda la noche hasta un instante antes de que amaneciera, para volver a reiniciar el servicio a las diez de la mañana del día siguiente.
Ello implicaba también que esta prestación poseía las deficiencias lógicas que se tenían con la corriente continua. Llegada la noche, los sectores más alejados de la planta generadora como era Buena Parada por ejemplo, tenían que colocar unas lámparas de 100 volts aproximadamente para poder contar con luz suficiente, ya que la energía comenzaba a perderse al agrandarse las distancias.
Por aquel entonces las únicas usinas en la región que continuaban con la generación de corriente continua eran además de la de Río Colorado, la de General Conesa y la de Bernasconi.
El 22 de mayo de 1940 se incorpora a la sociedad la señora Escolástica Beascoechea de Chillón y la empresa pasó a denominarse Yoffe, Ibeas y Cía.
Con el transcurso de los años y hasta que se terminó con la prestación del servicio por parte de la empresa, siempre fue una preocupación la mejora de los motores o la adquisición de nuevas máquinas.
Un cuarto motor vino directamente de EE.UU. Walter Yoffe siempre tuvo la posibilidad de seguir en contacto con su tierra natal, desde donde recibía catálogos e información concerniente a maquinarias, y que él devoraba sobre todo por las noches, en donde alternaba sus largos ratos de lectura, con momentos en los que trabajaba en la creación de algún adorno o artesanía hecha con materiales industriales que siempre tenía a mano.
De acuerdo a lo manifestado por Ángel Rodríguez, quien en el año 1955 y con 25 años de edad comenzó a trabajar como empleado en la usina, la relación de sociedad con Ibeas en primer término y con la familia Chillón posteriormente, sirvió para sumar capitales y experiencia de otras personas vinculadas al suministro de energía de corriente continua.
Ibeas vino desde Puerto Madryn en Chubut, en donde era propietario también de una usina, al igual que la familia Chillón era propietaria en la región de Bernasconi.
A la hora de indagar las razones por las cuales una persona como Yoffe había tomado la iniciativa de acometer la empresa de dar energía eléctrica al pueblo de Río Colorado, no debe pasarse por alto el hecho de que fue también fundamental su papel en la participación de otras instituciones aún vigentes como el Club Atlético Río Colorado, iniciativa llevada a cabo junto a unos amigos en el lugar de la sede actual, cuando por aquellos años seguía siendo un potrero para animales, con molino incluido.
Ni tampoco debe olvidarse que fue uno de los asiduos colaboradores de la Biblioteca Popular Domingo Faustino Sarmiento, y que desde hace años constituye uno de los orgullosos logros culturales de Río Colorado.
También es cierto que gran ayuda para él resultaba la posibilidad aquella de cobrar el dinero en dólares de la pensión heredada de su padre y que mantenía en una cuenta abierta en Estados Unidos.
Tanto las distintas empresas que encabezaba, como la adquisición de motores y la compra de terrenos, las realizaba mediante giros que solicitaba a su cuenta bancaria, pero ese mismo dinero muchas veces sirvió de garantía y sustento para actividades comunales que aún hoy sobreviven gracias a su empuje y determinación.
Las motivaciones para encarar sus negocios pueden entenderse como yendo de la mano de su afán por colaborar con el engrandecimiento del pueblo, ya que si nos atenemos a las que según nos cuenta su familia eran sus propias palabras “el pueblo donde yo vivo tiene que estar mejor de lo que está ahora, porque a mí este pueblo me ha dado mucho...”
Walter Yoffe, nacido en Filadelfia, llegado a nuestra región con sólo una valija de herramientas y una bicicleta, luego de prestar sus invaluables servicios a la comunidad, falleció en nuestra ciudad un 31 de enero de 1954.
En septiembre de 1967 caducó la prestación del servicio por parte de la empresa y se disuelve la sociedad.
A partir de allí, los primeros pasos realizados por este verdadero pionero de la energía eléctrica, no se detuvieron, sino que más bien continuaron la senda engrandecidos y sostenidos por la acción de otros vecinos emprendedores que habían hecho realidad el surgimiento de la Cooperativa Eléctrica.


Los detalles de la vida de Walter Yoffe fueron recopilados en una entrevista que Diego Zurueta realizara a su esposa, Clara Bernaechea de Yoffe, el día 29 de Octubre de 2008.


"Walter Yoffe y su bicicleta..."

"La Vieja Usina..."



"Está lindo el barrio..."





Ramona Martínez tiene 90 años, nació en el campo, en la zona de Guardia Mitre, en el año 1917. En el año 1949, a los 32 años, ya casada y con dos hijos, se viene a vivir a Río Colorado y se instala en la que aún hoy es su casa, en calle Lisandro de La Torre, en el barrio de Villa Mitre:



“...¿cómo era el barrio antes?...calles de tierra, la luz eran unas lamparitas chiquitas de 25 watts más o menos (esto le produce gracia) para alumbrar de noche...
Me acuerdo que el recolector de basura era un carro grande de dos ruedas tirado por caballos...”

“Yo no puedo creer todavía todo lo que ha crecido Río Colorado!!, antes todas las calles eran de tierra, cuando llovía no se podía ni andar por el barro que había, no había agua, teníamos que esperar a que llueva para juntar agua en el aljibe, y si no, había que comprarla. La conseguíamos del camión regador que sacaba el agua del canal, y la vaciaba en los aljibes, era turbia y te imaginas que venía con sapos y todo...había que esperar un día o dos para que se asiente el agua...pero otra cosa no teníamos para tomar a veces...no era fácil vivir acá...”

“Mi marido, el primer trabajo que consiguió cuando vinimos del campo fue quitar todos los tamariscos que había en la costa del río...sobre todo en el sector entre el Hospital y el puente carretero viejo...todo eso era tamariscos y mi marido los quitó junto con el viejito Biancucci...yo todavía tengo un tronco grande de tamarisco de esos que sacaron...
Después consiguió un trabajo en la sodería de Cibanal, que estaba en la calle Italia, y según me contaba él, la soda y las gaseosas las preparaban con agua que sacaban de los aljibes, que todavía deben estar...”



La hermana de Ramona, Inocencia Irene Martínez, de 87 años, también aportó sus recuerdos de familia y del pasado local:
“...Éramos muy pobres, mi madre crió doce hijos, diez de ella y dos hijas adoptadas. Ella se quedó viuda muy jovencita pero se las arregló para criarnos...
Nosotras las mujeres tuvimos que trabajar siempre, como empleadas en casas de familia, en esa época vivíamos en una casita humilde, pagábamos 11 pesos de alquiler...”

“...Los domingos la distracción nuestra era ir a la estación...a ver el tren largo que venía de Neuquén, teníamos que pedir permiso unos cuantos días antes...y después cuando se iba el tren empezábamos a caminar por la calle San Martín, dábamos la vuelta del perro como se le decía, íbamos de una punta a la otra...para nosotros eso era bárbaro, imaginate...lo que teníamos que luchar para que mamá nos lleve a un baile!!! Antes se hacían en la Sociedad Española, empezaban a eso de las nueve de la noche y terminaban a las doce...”

“...En lo que hoy es la Colonia Ferroviaria no había prácticamente nada, había no sé si una o dos casitas...después se empezó a poblar... ésta misma calle Lisandro de La Torre, era todo jarillas...hoy es impresionante...para mí que antes a lo mejor era más tranquilo pero hoy se vive mucho mejor...está más lindo el barrio..”.

En este fragmento de la entrevista que se les realizó puede observarse que tanto Ramona como Irene se mostraron muy entusiasmadas para contarnos sus historias personales, sus vivencias, y el recuerdo de aquellos años en que tanto el antiguo barrio de Villa Mitre como todo el pueblo de Río Colorado, era simplemente un puñado de historias con un largo porvenir.
Y son muchas las personas que desde sus propias vivencias nos ayudan a acercarnos a nuestro pasado.

Entrevista realizada por Mirta Valenzuela, el 17 de Octubre de 2007, en el marco del proyecto de Rescate y Preservación del Patrimonio Local, del Instituto de Nivel Superior de Río Colorado.

"Ahí supe lo que era la guerra..."



David Fernández, nació el 16 de Septiembre de 1920, en La Puebla, España. Es como tantos otros, un inmigrante que llegó a nuestra localidad, buscando nuevas oportunidades y embarcándose en una aventura que lo llevaría lejos de su patria.
Su testimonio es valiosísimo, en cuanto a que nos permite asomarnos a la dura realidad de la Europa inmersa en cruentas guerras, a su estilo de vida y a las peripecias de su largo viaje que lo acercaría a nuestro pueblo.
Su relato es elocuente en lo que respecta a su participación en la guerra:
“en el África me tocó de ir a pelear…había gente de Francia, de Alemania, de todos los países…, agarramos un tren, las armas, soldados y con todo hasta allá y ahí estuve 3 años en una ciudad que se llama Barache, una ciudad grande… y entonces en los mulos y caballos que habíamos llevado que transportaban las armas grandes que pesaban… no sé cuanto! Y bueno… cada soldado tiene su mulo para cuidarlo y después había soldados que iban a caballo… y los que fueron a caballo estuvieron 3 días y 2 noches viajando a caballo, paraban para comer o sino no paraban... y después acamparon ahí en un playa que había, acorralaban a los animales del cuello uno al otro armando una rueda y 20 o 30 caballos o mulos atados… y había que estar ahí cuidándolos con un palo porque sino se comían unos a los otros…
Y ahí me toco ir… y entré de camillero... y cada soldado llevaba su botiquín con vendas y esas cosas… y una vez que les dabas las primeras curas lo llevabas atrás hasta donde llegaban las ambulancias y ahí los cargaban hasta el hospital… y yo sentía los heridos gritando y era un bombardeo… pura tierra no más y los aviones arriba peleando unos con otros tirando bombas y abajo los soldados a balazos y no se sentía mas que un tiroteo ahí, y tierra… nosotros estábamos escondidos porque nosotros entrábamos cuando ya paraba el ataque que después los corrían… y salíamos y gritaban los muchachos “camillero…por favor ven que me voy en sangre”… y yo le dije a mi compañero… “vamos a sacar uno” y dice “no porque de acá no vamos a sacar vivo a nadie”...y bueno... ahí supe lo que era la guerra….”

Agrega también un dato curioso de su España natal, durante la guerra civil: “…. Ese colectivo que pasaba por ahí, por abajo del pueblo donde me crié yo, cuando se rendían vamos a suponer las tropas de acá al pueblo, ponían una bandera grande en un palo en el colectivo y venía flameando, y con el color de la bandera se sabía: se rindió Madrid o se rindió Barcelona o se rindió tal parte… de tal pueblo… o por ejemplo de Franco o de los otros que eran los contrarios, y bueno y traía un letrero también “se rindió tal…” y la gente, algunos eran de ese partido, otros no y siempre la bronca seguía… y así era la cosa… se terminó en Madrid la guerra, se quedaron ahí, estaban ahí adentro del enemigo y por no bombardear a la ciudad ahí aguantaron mucho tiempo hasta que fue terminando… y así fue...”

Pero en su relato también da a conocer detalles de su llegada al pueblo de Río Colorado y de sus primeras impresiones acerca de la nueva realidad que lo albergaría por largos años:
“...Yo vine en el año 49, el 21 de mayo llegué a Río Colorado, vine en el tren desde Buenos Aires...y fui hasta la esquina donde ahora esta el Kiosco El Beco… y antes ahí había una farmacia… y de ahí fui al hotel, eran las 3 de la tarde, y había 2 hombres de sobremesa, de un pueblo de España y le pregunté al hombre del hotel si conocía a mi pariente Méndez que fue el que me llamó para venir, y los otros que estaban ahí sentados me escucharon hablar por mi tonada española y se me acercaron y me preguntaban mucho sobre España… y después el hombre viene y me sirve un bife con vino y pan... miré a mi alrededor y no había ningún auto… el colectivo pasaba a la mañana y a la tarde… y me llevó el sodero Cibanal y me ofreció trabajo por si necesitaba en algún momento… y de ahí nos hicimos amigos…”

David llegó a la región para empezar a trabajar en la Colonia Juliá y Echarren, lugar que sería a partir de ese momento su nueva tierra, y el hogar que construiría con su esposa Alejandra, a quien una vez que se afincó, pudo traer también desde España: “...chacras había poco, recién se había empezado, esto era todo monte y empezaron a lotear y desmontar y fueron trayendo gente a comprar… primero sembraban papas, maíz y zapallos, después se dedicaban a la alfalfa para sacar la semilla que valía mucho y se hacían parvas de papas y ahí se pudrían porque no se vendían y comer no se comía tanto tampoco, gallinas había por cientos, chanchos había cantidad… hasta 3 carneadas por año, vacas lecheras este… caballos, por eso te digo que hambre no se pasaba, se sembraban papas, se sembraba verdura y tenías la leche, tenías los chanchos, las gallinas, huevos, cantidad… comías un pollo por día a lo mejor…”
“...la gente la veías muy rústica y yo la quedaba mirando… hacían bailes también ahí en ese galpón viejo que tenía Carbó se hacían bailes todos los sábados y traían orquestas del pueblo o de Bahía… siempre lo hacían de noche y ahí venían del pueblo y de la colonia… había mucha muchachada… todo se llenaba y después hacían pic nics, se hacían muchos que ahora no se hacen, por ahí a la sombra de un árbol, los domingos mas bien, todo el día, se llevaba comida y ahí bailaba la juventud, había grandes, chicos, todos…”

El testimonio de David Fernández del cual sólo hemos extraído un fragmento, constituye un claro ejemplo de la construcción de la memoria de un pueblo. En las raíces mismas de nuestra identidad se encuentra el aporte de muchos inmigrantes que en distintas épocas y por distintas circunstancias llegaron a nuestro pueblo.
Infinidad de vivencias personales, que circulan en los relatos familiares, pero que al hacerse públicas, nos permiten conocer detalles de nuestro propio pasado, y de esas realidades lejanas, las cuales claro está, no figuran en los libros.



Fragmentos de la entrevista realizada por Victoria Fernández, en el año 2007, incluida en el proyecto de Rescate y Preservación del Patrimonio Local, del Instituto de Nivel Superior de Río Colorado.

"El tren hacía un ruido especial..."


Hablar con Shirley (o con “Sirley”, porque no le gusta que su nombre lo pronuncien en inglés) es tener la sensación de hacer un viaje al pasado en donde claramente van a desfilar los nombres y lugares de la historia riocoloradense, como en una sucesión de fotografías.
Con una memoria por momentos envidiable, y dueña de una claridad que mucho debe tener que ver con su pasado docente, ella se muestra siempre entusiasmada para compartirnos sus vivencias.
Es que Shirley Tagliabúe de Etulain, es una hija predilecta de la localidad, nacida, criada y aún hoy viviendo en la casa que fuera de sus padres, sobre calle Juan B. Justo, frente a plaza San Martín, y aunque más no sea por eso, resulta la suya una voz autorizada cuando de recuerdos se trata.
Con una conversación pausada y un trato siempre amable, Shirley (o Sirley), nos abrió de par en par las puertas de su casa, toda vez que decidimos molestarla para que nos contara su historia, y nos regalara sus recuerdos. En esa misma casona que alberga muchos de sus momentos más importantes, alegres y de los otros, ella se interesa por nuestras inquietudes ya que según sus propias palabras: “es muy importante conocer la historia”.
Y aunque ella misma no cree todavía el invaluable aporte que ha hecho abriendo su casa, su álbum de fotos y su memoria, nosotros tuvimos la suerte de asomarnos a gran parte de su historia y a través de ella, a la historia del pueblo:

“...Mi mamá se llamaba Justa Lindón, nació en el campo y fue criada por su abuela ya que al nacer ella se murió su mamá, por el parto...fue muy buena y trabajadora, vino a la escuela 14 de Buena Parada...”
“...Mi papá vino de Bernasconi, allí su familia figura entre los primeros pobladores de esa localidad... era tenedor de libros de la Casa Alonso y López...Era socialista, junto a don Emilio Pioppi, Carriquiri, por ejemplo. Mi papá fue Intendente, elegido por el pueblo, en una época en que eso no era muy normal, y tengo una medalla que lo atestigua...”
“...Mis abuelos eran inmigrantes italianos, mi abuela nació en 1871 y con quince años vino a casarse con mi abuelo que era viudo y tenía el doble de edad...
Pienso que mis padres se conocieron acá en este pueblo...se casaron en 1918...”

Mientras el relato de Shirley fluye, comienzan rápidamente a desfilar nombres y actividades que se realizaban en el pueblo, y que otras personas han podido también atestiguar:
“...Mi mamá jugaba al básquet, en el Club Independiente que había formado un equipo de chicas, también jugaba al tenis en el terreno de acá al lado (se refiere al terreno contiguo sobre calle Juan B. Justo)...venían a jugar las chicas de Reig, Sara, Catalina, etc...ellas jugaban al tenis porque era más aristocrático...al básquet mi mamá jugaba con Elida Delssoto y algunas más que no recuerdo muy bien...”
Por lo demás quienes la conocen saben que siempre y cuando pudo, su vida estuvo vinculada a actividades sociales y culturales como la Biblioteca Popular, el Coro (que ella recuerda con mucho cariño), la Iglesia, y hasta supo incursionar en teatro “...me hubiera encantado ser artista...todo eso me gustaba mucho...yo siempre actuaba o ayudaba a preparar los actos de la escuela, se les llamaba veladas y se hacían en el viejo Cine Capitol...”
Y estas actividades las realiza desde siempre:
“...Los bailes se hacían generalmente en la Sociedad Española, en el salón donde está hoy mismo el Teatro La Barda...a veces también creo que se hacían en el salón del Club Independiente... en el verano generalmente se hacía al aire libre...”
“...Todavía me acuerdo que cuando se hacían bailes, nosotras íbamos temprano con otras chicas y cortábamos pedacitos de vela mezclados con talco para encerar el piso que era de madera, después cuando la gente bailaba se iba encerando...”
Resulta también muy curioso conocer algunos detalles de las costumbres del pueblo a través de los relatos de su infancia:
“...Las columnas de la luz estaban en la intersección de las calles, eran de hierro. Nosotros jugábamos en la esquina de Sarmiento e Irigoyen, donde vivían las chicas de López, Chicha y la hermana, la familia Aznarez, Titi Quintanilla, Coca Tuero y algunas más... y la primera que llegaba con un ladrillo golpeaba la columna y avisaba a las demás, ese era el punto de reunión... después jugábamos al patrón de la vereda, a saltar la soga, la escondida...”

“...Muchas de las chicas de acá nos fuimos a hacer nuestros estudios afuera, en Bahía o en Buenos Aires..., en el verano volvíamos al pueblo, el que viajó en tren sabe que cuando se llegaba a Río Colorado, en el puente ferroviario sobre el río, el tren hacía un ruido especial...todavía me acuerdo de ese sonido y la alegría que nos daba saber que habíamos llegado...era una sensación hermosa...”
Cada vez que uno visita a Shirley (o Sirley) puede descubrir que ella siempre tiene una nueva anécdota que contar, que fluye con su voz pausada y amable, que no alcanza a hacer eco en la vieja y a la vez hermosa casa que fuera de sus padres. Entre esas anécdotas también se hizo tiempo para relatarnos su propia historia de amor con quien fuera su marido, Rubén Etulain.
Pero esa, claro está, ya es otra historia...


Fragmentos de sucesivas entrevistas realizadas por Rosa Palacios y Diego Zurueta, entre los años 2007 y 2008, en el marco del proyecto de Rescate y Preservación del Patrimonio Local, del Instituto de Nivel Superior de Río Colorado.